Sofía y el misterio del vuelo trasatlántico

Cuento infantil (+10)

Escrito por: Paula Sicard

De la colección: Peripecias Intergalácticas

Valores: Vencer los miedos, confianza, manejo de la incertidumbre.

Ya en la fila para abordar, Sofía se despide de sus padres. Hacen un último chequeo —que ya habían hecho unas 10 veces antes de salir de casa.

—¿Tienes la libreta con las direcciones?

—Sí, mamá.

—¿El dinero, bien guardado?

—Todo en orden, papá. En el bolsillo secreto de mi bolso de mano. También llevo otro poco en el bolsillo con cierre de mi pantalón.

—¿Llevas a Pipo?

—¡Shhhhh! ¡Que sí, mami! —susurra Sofía.

Sofía mira en su bolso. De repente se queda extrañada. No ve a Pipo. Busca rápidamente. Lo encuentra y respira aliviada. Pipo parecía estar “sosteniendo” el pase de abordaje. “¡Qué gracioso!”, piensa, “¿No había puesto a Pipo en otro bolsillo?”. Sofía aprovecha para tomar el pase de abordaje. Su mamá le da un último y apretado abrazo.

—Todo estará bien, hija. Ya eres una niña grande. Estaré hablando con tu tía. Recuerda enviarme un texto apenas llegues…

—”Último llamado a los pasajeros del vuelo transatlántico TS—J508 con destino al aeropuerto de Shannon, Irlanda. Favor abordar inmediatamente por la puerta 25” —suenan los altoparlantes del aeropuerto.

Sofía quiere seguir abrazada a su mamá, pero debe irse. La azafata la espera para acompañarla a abordar.

———————

Sofía se desabrocha el cinturón. Lo piensa mejor y lo vuelve a abrochar. La amable azafata se detiene a su lado:

—¿Todo en orden señorita Sofía? 

La niña esboza una tímida sonrisa. La verdad, no sabe qué responder. Quizás no es correcto decirle a una azafata en pleno vuelo: “¡Quiero bajarme de este avión!”

Solo ese deseo sin sentido pasa por su mente en este momento. Sofía viaja sola por primera vez. Va a bordo de un vuelo transatlántico con dirección a un lejano y desconocido país. 15 largas horas de vuelo le esperan. Recuerda que hace mucho rato miró el reloj. 

“A ver, cuánto tiempo ha pasado… ¡Nooooo! ¿apenas 4 minutos?”. Sigue pensando: “No seas tonta, Sofía. Ni siquiera tiene sentido que estés asustada, ¿Pero, por qué tengo tanto miedo?” 

Sofía respira profundamente para tratar de relajarse. No sirve de nada, sigue pensando tonterías. 

Sus papás la han enviado a practicar inglés durante el verano en la casa de su tía, quien hace tres años se mudó a Europa. Desde entonces no la ve. Sofía recuerda la conversación con su madre el día anterior: 

—Verás que adorarás ese lugar. 

—Mamá, allá solo hay vacas y pasto. ¿Qué voy a hacer para divertirme? Ni el Internet llega bien a su casa. Cada vez que la llamamos es un problema para comunicarse. 

—No te preocupes, hija. No hay que tener todas las respuestas siempre. Te lo prometo, vas a disfrutar mucho. Tu tía se asegurará de que no te sientas aburrida ni un minuto.

La verdad es que Sofía extraña mucho a su tía maga, como le dice de cariño. ¡Cómo recuerda lo que se divertía con sus ocurrencias! Entre sus recuerdos favoritos están las veces que la acompañaba a saltar en los charcos bajo la lluvia. Su mamá se ponía las manos en la cabeza cuando llegaban empapadas a casa. Su tía la convenció una vez de que hace magia. Todavía no ha descubierto sus trucos, pero va con toda la intención de hacerlo ahora. Porque algún truco debe haber para adivinar lo que piensas, o para saber qué has comido en la mañana. O para hacer aparecer un verde y hermoso trébol de cuatro hojas de una simple rama seca… 

¡Si tan solo su tía le hubiese dado un poco más de detalles sobre estas vacaciones! Su gusto por las sorpresas y aventuras está haciendo de este viaje, el más incierto —y, admitamos, aterrador— que jamás haya tenido. 

“¿Y si se cae el avión?” “¿Y si mi tía no me está esperando cuando llegue?” “¿Y si no le entiendo a nadie?, una cosa es estudiar inglés en la escuela y otra es tener que hablarlo con desconocidos.” “¿Y si me pierdo?” —Y si… Y si… Cada pregunta miedosa que Sofía se hace la lleva a otra peor. Cada vez se pone más nerviosa.   

“Quizás Pipo pueda ayudar.” Revisa su bolso de mano. Ahí está Pipo, su despelucado monstruito verde de peluche. Su secreto. Ni loca le diría a sus amigas que aún duerme con él, pero tampoco dejará de hacerlo. “¿Una niña de 11 años (casi 12), durmiendo con un peluche?. Pues sí, ¿y qué?”

“¡Un momento! ¿Pipo se ha cambiado nuevamente de bolsillo?… Creo que estoy volviéndome loca con todos estos miedos.” Sofía desestima la confusión. Solo desea abrazar a Pipo para sentirse mejor. 

—Pipo, qué suerte que no hay nadie en el asiento de al lado —al sacar a Pipo de su bolso, vienen enredados en él los audífonos. 

—Está bien, Pipo. Veamos qué hay para hacer aquí, pues —Sofía se pone los audífonos que Pipo “le ha dado”, lo sienta en la silla vacía a su derecha—. Yo me quedo con la ventana, ¿Ok?

Se resigna y decide tratar de ocupar sus pensamientos en algo más entretenido.   Prende la pantalla frente a su asiento. Lee el menú en voz alta:

—Música, películas, juegos, ruta de vuelo, información de seguridad. Tenemos para pasar el rato, Pipo. Menos mal. 

Voltea a mirar el televisor de la persona en la fila de al lado. Tiene las mismas opciones en el menú… Excepto por un parpadeante y pequeño símbolo rojo en la parte inferior derecha, que se ve en la pantalla de Sofía. Aparece y desaparece intermitentemente. Parece una letra china o japonesa.  

—¿Qué será esto que nos han puesto aquí? —dice, al tiempo que acerca el cursor al símbolo. Por un segundo, cuando el símbolo aparece, se abre un mensaje que dice:

“Aventuras para valientes: Una aventura de otro mundo”

El mensaje desaparece.

—¿Aventuras para valientes? —espera a que el símbolo vuelva a aparecer y nuevamente pasa el cursor para asegurarse de que vio bien. Lee claramente: “Aventuras para valientes”. 

—¿Qué piensas, Pipo? ¿Escogemos estas aventuras? La verdad, no me siento muy valiente hoy… Pero un poco de diversión es lo que nos hace falta —Sofía aprieta los ojos y sin idea de lo que le espera, en un impulso de atrevimiento, hace click en ese extraño y llamativo símbolo. 

Si tan solo lo hubiese pensado un poco más… 

Aún con los ojos cerrados, Sofía nota que algo ha cambiado. Se ha hecho un silencio extraño. Las voces y los sonidos a su lado se apagaron. Su piel se eriza. Tantea para encontrar a Pipo en el asiento de al lado, pero no lo logra. Debe abrir los ojos. “Es solo un juego, ¡abre los ojos!”, se repite un par de veces antes de armarse de valor.

—¡PIPO!

Sofía está tan asustada que eso es lo único que atina a gritar. Ni Pipo, ni la persona de la fila de al lado están. Las luces están apagadas. Sofía solo ve ese símbolo, ahora del tamaño de la pantalla, parpadeando insistentemente. La piel de sus manos y todo a su alrededor se ilumina de rojo con cada parpadeo de luz. Voltea. No ve a las personas que deberían estar sentadas atrás. Mira más allá. Todo parece oscuro y vacío. ¡Nadie! 

De repente le parece ver una luz azul parpadeante en la parte de atrás del avión. ¡Sofía no sabe qué hacer! Está temblando. Piensa en Pipo. Decide armarse de valor y dirigirse a ese lugar. Quizás alguien la pueda ayudar. 

Desabrocha su cinturón y se pone de pie. Sus piernas tiemblan tanto que casi no la soportan. Camina sigilosa. Se ayuda con sus brazos apoyados en las filas de asientos. Arrastra los pies. Un paso. Otro más. Ve que hay algo en el asiento contiguo. Con el siguiente parpadeo de luz roja, Sofía lo puede ver más claramente.

—¿Pipo? ¡Estás aquí! —Pipo está detrás del asiento de Sofía en una extraña posición. Parece señalar hacia la luz azul.

—Para allá vamos, Pipo. ¡Qué bueno que te he encontrado! 

La luz sigue parpadeando. No ve a nadie. No oye nada. El silencio es ensordecedor, Sofía siente un zumbido intenso en sus oídos. Ya que ha encontrado a Pipo, por un momento piensa en regresar a su asiento, sentarse abrazada a él, cerrar sus ojos y esperar despertar. “Esto tiene que ser un sueño”, piensa. Pero antes de empezar a darse la vuelta, le parece escuchar un ligero sollozo.  

—¿Hay alguien ahí? ¡Ayuda, por favor! ¡No sé qué ha pasado!

Los sollozos se detienen por un momento. Sofía solo oye su propia respiración. Decide avanzar hacia donde Pipo ha señalado. 

—Por favor, necesito ayuda. No entiendo qué ha pasado. ¿Hay alguien ahí?

Continúa caminando lentamente hacia la parte de atrás del avión. Está ya cerca de la luz parpadeante. Proviene de un asiento. Se acerca con cautela. Mira la pantalla. Un símbolo similar al que vio en la suya, pero de color azul.

Sofía escucha algo. Afina la vista. Con el siguiente parpadeo de luz azul, ve una sombra debajo del asiento.

—¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH! —Sofía grita y retrocede de un salto.

—¡AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH! —la sombra también grita. Es un tono de voz infantil. ¿Un niño? ¿Una niña?

———————

—Estoy viajando sola. Es mi primera vez. ¿Cuál es tu nombre?

—Me llamo Julián. Yo también viajo solo. Pero ya lo he hecho antes. 

—Yo me llamo Sofía. Entonces vamos ambos para Irlanda. ¿Quién te espera allá?

—¿Irlanda? Yo voy a Singapur. Mi vuelo es directo a Singapur. 

—Este vuelo se dirige a Irlanda.

—Singapur.

—¡Irlanda!

—¿Cuál es tu número de vuelo? ¿Dónde abordaste? —pregunta Julián.

—Pues en Santiago. El vuelo TS-J508.

—Es imposible. Yo abordé en Madrid. Vuelo IC-S405.

—Imposible es que estemos los dos solos en un avión —dice Sofía.

—Imposible es que estemos volando y no suenen los motores. ¿Te has dado cuenta? —Julián pone cara de terror.

—¡Es cierto! Tampoco se oye el sonido de los motores. ¡Nada suena! ¿Miraste por la ventana? ¿Cómo sabes que estamos volando?

—Sí, ya miré y no estoy dispuesto a hacerlo de nuevo. 

—¿Pero dime qué viste?

—Mira por tí misma. 

—¡No! ¡Dime, por favor! 

—Asómate, por favor. Dime qué ves allá afuera. Quiero estar seguro de que ves lo mismo que yo —Julián voltea su cara hacia otro lado, como quien no quiere recordar lo que ha visto.

—¡Un momento! —dice Sofía mirando a la pantalla de Julián. La luz ha dejado de parpadear— ¡Un mensaje aparece en la pantalla! 

“Has aceptado la aventura. Es hora de empezar.”

Sofía siente una indescriptible mezcla de miedo, curiosidad y deseo de salir de esa extraña situación.

 —Aquí dice que debemos empezar. ¿Crees que si completamos lo que sea este juego, vamos a volver a la normalidad?  —pregunta Sofía.

 —¡No toques eso! Por mi culpa han desaparecido todos y estamos perdidos, volando en el espacio exterior —Julián detiene a Sofía antes de que toque el cursor nuevamente. 

—¿Tú también seleccionaste el símbolo extraño en la pantalla? “Aventuras para Valientes” ¡Tú también lo has hecho! —Sofía adivina— Pues veo entonces que es culpa de los dos… —detiene sus palabras.

—¡UN MOMENTO! ¿Espacio exterior has dicho? —dice Sofía mientras se asoma por la ventana.

La nave parece estar volando —o más bien flotando— en medio de una total oscuridad. Afina la vista para mirar a lo lejos… 

—¿EL PLANETA TIERRA? ¿Es esa la luna? ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? 

Durante la conversación, Sofía se había olvidado de Pipo. Lo había dejado en el asiento frente a la parpadeante pantalla. Sofía voltea a buscarlo. Necesita abrazarlo. Ahora Pipo señala a la pantalla de Julián.

—Creerás que estoy loca, pero pienso que debemos hacer caso a lo que Pipo indique. Creo que está tratando de decirme algo. 

—Ya estoy viviendo suficientes locuras hoy. ¿Has visto que estamos en el espacio exterior? ¡Vamos a morir perdidos en el espacio! ¿Cómo crees un muñeco de peluche nos va a salvar?

—Te digo algo: Si no fuera por Pipo, aún estaría sentada en mi asiento con los ojos cerrados esperando despertar… Y creo que tú también. No estaríamos hablando en este momento. 

—Pues qué será una locura más entre todas estas. ¿Qué más nos va a pasar? ¿Morirnos?, si no es que lo estamos ya. No tenemos nada más que perder.  

—Deja de decir tonterías, Julián. Empecemos con esto de una buena vez. 

Sofía se apodera del asiento de Julián, dispuesta a completar lo que sea esta aventura. Julián, aún no muy convencido, se sienta a su lado.

———————

“En el Otro Mundo, aunque las reglas son diferentes, siempre podrás llegar a tu destino, si te lo propones” 

Sofía lee en voz alta lo que aparece en pantalla

—¡Julián! Esto dice que podremos llegar a nuestros destinos. Yo sé que lo lograremos. 

—Tú estás más loca de lo que pareces… ¡Y yo también! —dice Julián tratando de animar a Sofía— ¡Presionemos ese botón ya, pues!

Sofía escoge la opción “Continuar”. Aparece otro mensaje:

“Regla 1: Mira a tu alrededor”

Hace clic en todas partes de la pantalla, esperando que aparezca algo más. El sistema no responde. 

—¿Qué? ¿Eso es todo? Como si en esta oscuridad fuera fácil mirar —Julián protesta.

—¡Eso es Julián! ¿Tienes un teléfono o algo con qué hacer luz?

—Pues sí, aquí —Julián saca su teléfono de su bolso. Enciende la linterna. 

—Vamos a explorar. Veamos qué encontramos —dice Sofía con tanta seguridad, que ella misma no se reconoce.

Sofía, Julián (y por supuesto, Pipo), a pesar del temor que sienten, empiezan explorar juntos la nave. Iluminan su paso con la linterna del teléfono de Julián.

—Reconozcamos este lugar, pues —afirma Julián.

Caminan hacia la parte de atrás del avión. Un par de filas más. Luego los baños y la cocina. 

—¿Los aviones tienen interruptores para la luz? —pregunta Sofía esperanzada.

—Deberían tener. Las azafatas controlan todo desde un panel. Pero no veo nada aquí atrás —Julián mueve la linterna en todas direcciones— ¿Tienes hambre? Creo que de hambre no moriremos —Julián sonríe y toma una barra de chocolate. 

—¡Bien! Esa es una buena noticia. Tomemos un par, por si acaso también desaparecen —Sofía sonríe con malicia y mete un par de bolsas de nueces en sus bolsillos.

—Me parece que los interruptores pueden estar en la parte de adelante. Vayamos hacia allá —Julián lidera el camino.

Los nuevos amigos se apresuran a la parte delantera del avión. Pasan al lado del asiento de Sofía. La pantalla muestra el mismo mensaje que dejaron en la de Julián:

“Regla 1: Mira a tu alrededor”

—¡Mira, Julián! Nuestros televisores parecen estar sincronizados. 

—Pues continuemos a la parte del frente del avión —ordena Julián sin detenerse.

Sofía aprovecha y busca su teléfono. Prende su linterna. Ahora avanzan con mayor velocidad.

Confirman que, salvo ellos dos —y Pipo—, la nave está completamente vacía. La cabina de los pilotos parece cerrada. Sofía encuentra un panel con muchos botones e interruptores. 

—¡Aquí, Julián! Pero, ¿cuál será el botón? ¿Y si presionamos el equivocado?

—¡No te preocupes! Yo he viajado bastantes veces. He visto que las aeromozas solo controlan las luces, pantallas y altoparlantes. ¿Qué es lo peor que puede pasar?

—¿Y si apagamos las instrucciones del juego? —vuelve a interrogar Sofía.

—A ver, déjame examinar —Julián se acerca y encuentra números al lado de cada botón—. Debe haber una lista para saber qué hace cada botón.

—¡Aquí! ¡Luces generales, número 5! —Sofía dice con voz triunfal.

Las luces del avión se encienden. 

Pueden ver un parpadeo rojo proveniente del puesto de Sofía. 

—¡Vamos! Algo ha aparecido en la pantalla —dice Sofía.

“Regla 2: Identifica las señales y confía”

Sofía suspira con decepción. 

—¿No lo hemos hecho ya?

—Apenas encendimos las luces, Sofía. Si este es un juego, deben haber claves, códigos, números. Los vuelos siempre tienen códigos. ¡Eso es! Dime tu número de vuelo de nuevo, por favor.

—El TS—J508.

—¡Qué curioso! El mío es IC—S405.

—¡Ohhhhh, siiii. Curioso, claro está! —bromea Sofía— ¿Qué hacemos con esos números ahora?

—Los números de los vuelos se usan para identificarlos. Me llamó la atención desde el principio que mi número de vuelo es diferente a los que me han tocado antes. Casi siempre son dos letras y cuatro números. Los nuestros tienen tres letras y tres números. Algún significado especial deben tener… Pero no sé cuál. Je, je, je, je.

—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! —ríe Sofía— Sigamos buscando. Si esto significa algo, ya lo descubriremos.

Continúan buscando. Dan vueltas por todo el avión. Se juntan, se separan. Buscan debajo de los asientos. Revisan en la cocina (se comen otra golosina), en los baños.  Leen los folletos de seguridad una y otra vez. Julián se arma de valor para mirar nuevamente por la ventana. Sofía se ha leído tres veces la revista del avión. Nada. No identifican ninguna señal.

—¡No hay más dónde buscar! Cuando se acabe la comida, ¡o peor!, ¡el oxígeno!, moriremos sin remedio. ¿Por qué tuve que pisar ese botón? ¡Quiero ir con mi tía! —se lamenta Sofía.

—Quizás he sido yo quien nos ha metido en “el otro mundo” —Julián se sienta resignado en la fila al lado del asiento de Sofía. 

La desconsolada Sofía busca a Pipo para abrazarlo.

—¡Julián! Pipo está sosteniendo mi pase de abordaje. ¡Te he dicho que quiere decirnos algo!

—¡Ese Pipo me tiene muy asustado! —dice Julián abriendo sus grandes ojos negros en un gesto de pánico— Me doy por vencido. ¿Qué puede decirnos un peluche, que no hayamos visto nosotros antes?

—¡Pero Julián… —Sofía replica, pero la interrumpe la parpadeante luz de nuevo. Los niños leen en la pantalla:

“Regla 3: Busca lo positivo y disfrútalo” 

—Claro, estamos perdidos en un avión en el espacio exterior. Nos vamos a quedar sin oxígeno y sin comida. Nada más positivo, ¿verdad? —dice Julián con ironía.

—Julián, dime cuál es tu música preferida, por favor. 

—¿Qué clase de pregunta es esa en este momento? —responde Julián molesto.

—Dime, por favor —replica Sofía.

—Me gusta el rock clásico. Sí, soy un chico extraño, ya sé. 

—Julián, si lo pensamos bien, nada de eso que tememos ha pasado. Tenemos comida suficiente, oxígeno, estamos avanzando en el juego. Pipo nos ha ayudado… Y tenemos ¡Rock clásico!

Sofía sabe que en su larga colección de música debe tener algo que le guste a Julián. Tiene para todos los gustos. Ha puesto una canción de los Rolling Stones, de sus favoritas.

—Soy melómana. ¡Escucho todo tipo de música, todo el tiempo!

Julián se emociona. 

—¿Y tienes a los Beatles? ¿Y a Led Zeppelin?

—¡Por supuesto! —dice Sofía, feliz de haber animado a su amigo.

Los niños se entretienen escuchando música. Cantan y bailan. Julián pide una canción tras otra. Hasta ha dejado que Sofía le ponga algunas canciones más modernas. Está encantado con la colección de Sofía. 

”TUUUUUUUUÚN”

Se oye algo. Proviene de afuera del avión. Los niños interrumpen su diversión. Se asoman por la ventana más cercana. El avión se dirige hacia un objeto inmenso suspendido en el espacio. 

—Es una estación espacial —dice Julián con seguridad— ¡Creo que vamos a chocar contra ese objeto! ¡OH, NO! 

—¿Qué pasa, Julián?

—El sonido que escuchamos proviene de… ¡Han activado los mecanismos de defensa! ¡Mira, sus lanzacohetes están apuntando hacia nosotros!  

Sofía lo interrumpe. 

—¡Julián! De nuevo, la luz roja está parpadeando.

Corren a leer el nuevo mensaje.

“Regla 4: No olvides tu propósito” 

—Julián, Pipo nos ha tratado de decir algo. Las instrucciones nos dicen que confiemos. Es lo único que tenemos. Revisemos nuestros pases de abordaje. ¡Por favor!

—Más te vale que tengas razón, Sofía. No tenemos mucho tiempo. A ver, Pipo, ¿qué nos quieres decir? —Julián examina la tarjeta con desespero— Aquí están todos los datos del vuelo. 

—Julián, quizás tengas razón y debamos descifrar los códigos de nuestros vuelos —dice Sofía con tono de urgencia.  

—Ok. He estado pensando: Tu vuelo es un Transatlántico. El mío un Intercontinental. Quizás las primeras letras refieran a eso: T por Transatlántico, I por Intercontinental. 

—¡Listo! ¡Eso es, Julián! Vamos con la segunda letra. La mía es S, la tuya es C. 

—Pues pensé que la mía es C por Changi, el aeropuerto de Singapur. Pero si es así, la tuya debería ser D, por Dublín, ¿No?

—¡No! ¡Yo voy al aeropuerto de Shannon! Mi segunda letra es S. Lo has adivinado nuevamente. ¡Muy bien! 

Julián sonríe orgulloso. 

—¡Falta la última letra! ¡Creo que vamos por buen camino! —dice Sofía con emoción— Tú tienes una S y yo una J. A ver… 

La pantalla empieza a titilar nuevamente.

—¡Julián! Un nuevo mensaje. 

Leen juntos el nuevo mensaje.

“Empieza la cuenta regresiva para la detonación. sigue adelante, Es más fácil de lo que piensas”

—¡Sofía! ¡Tenemos que terminar este juego! No tengo idea. Esa letra no dice nada que se relacione con nuestros vuelos o con nuestros aviones.

—Bueno, se me ocurre algo muy loco: Tú tienes una S, la inicial de mi nombre, y yo una J, la inicial del tuyo —dice Sofía con un tono de vergüenza.

Julián voltea a mirar a Pipo. Está apuntando a la pantalla. Ahora se ve un teclado numérico, como el de un teléfono.

—Sofía, has tenido razón en todo. Pipo nos está ayudando. Esas son las iniciales de nuestros nombres. Creo que sé cómo vamos a salir de todo esto. Pero, si estoy equivocado, moriremos. 

—Yo confío en tí, Julián. ¡Intentémoslo!

Julián respira profundamente para llenarse de coraje. Con el pecho aún hinchado, dice:

—Es hora de despedirnos, Sofía. Si esto funciona, volveremos a nuestros vuelos, a nuestros lugares de origen.  Si no… —hace una pausa— Igualmente ha sido un honor estar contigo en estos momentos.

Sofía lo abraza. Unas lágrimas corren por sus mejillas.

—Gracias por todo, Julián. No lo olvidaré nunca.

—Bien. No hay tiempo que perder —Julián se seca los ojos disimuladamente— Tú irás a tu asiento. Yo al mío. Cuando dé la señal, marcarás el número de mi pase de abordaje, el 405. Yo marcaré el tuyo: 508. 

—Listo, Hagámoslo así —dice Sofía confiada. Se sienta, se abrocha el cinturón de seguridad. Abraza a Pipo. Está lista.

Julián corre a su asiento en la parte de atrás. Mira por la ventana. La estación espacial ha lanzado un proyectil. Está a punto de impactar con el avión. No hay tiempo para decir nada más. Corre lo más rápido que puede, se lanza en su asiento. Grita:

—¡AHORA O NUNCA!

Los dos niños marcan los códigos en sus pantallas.

Sofía cierra los ojos y se abraza a Pipo lo más fuerte que puede.

Escucha el sonido de motores. Platos, cubiertos, rumor de conversaciones. 

—“Nos aproximamos al aeropuerto de Shannon, Irlanda. Favor abrochar sus cinturones y prepararse para el aterrizaje”

Sofía abre los ojos. Lee en la pantalla:

“Que tengas felices vacaciones.”

—Después de todo esto… ¿Felices vacaciones? ¿Eso es todo? ¡Muy gracioso! O… ¿Será que todo fue un sueño? Pipo, ¿sabes qué?, no me preguntaré más nada. La verdad, esa cosa, sea lo que sea, tiene razón. Ahora lo único que deseo es llegar y estar con mi tía… Claro, Pipo, contigo también.

Sofía ahora no está interesada en echar a perder los trucos de la tía. Después de todo, con Julián… y con ese misterioso juego, ha aprendido a ver lo positivo, disfrutar y confiar. No obstante no logra sacar tantas preguntas de su cabeza. Se pregunta, qué locura habrá detrás de esos mensajes que parecían enseñanzas de vida. Le recuerdan a los sermones de sus papás, solo que esta vez, más que escucharlos, los vivió.  Luego piensa que quizás su mente le ha jugado una mala pasada y todo ha sido producto de su imaginación… ¡Pero se ha sentido tan real!

Cuando llega a la salida del aeropuerto, lo primero que ve es un manojo inmenso de globos de todos los colores. 

—¡Esa tiene que ser mi tía! —Sofía no se equivoca. De detrás de la montaña de globos, sale su querida tía, quien abre los brazos en espera de un fuerte abrazo.

Sofía corre con todas sus fuerzas y se cuelga del cuello de su tía en un inmenso abrazo.

—¡Bienvenida a esta tierra de magia y sorpresas, mi querida Sofi!

—Ya de eso he tenido bastante, mi tía maga.

—¿Sí? ¡Pues aquí te espera mucho más!

—¡Estoy lista para disfrutarlo al máximo! —Sofía abraza a su tía una vez más.

Pasan algunos días. Han sido maravillosos, pero Sofía extraña a Julián. Todo fue tan real que no cabe en su mente que haya sido producto de su imaginación. Pero si existiera, igual sería imposible encontrarlo. ¿Cómo localizarlo entre todos los Julianes de Madrid o Singapur?

De repente su teléfono suena. Un mensaje ha llegado.

“¡Hola Sofía! ¿Estás pasando felices vacaciones?”

—¡PIPO! ¡Es Julián! ¡Nos ha encontrado!

FIN.