La princesa aventurera, el unicornio y el hechicero

Cuento infantil 7+

Escrito por: Paula y Carla Sicard

Ilustración de: Señora Calva.

Valores: cuidarse, no aceptar cosas de extraños, apreciar lo cotidiano, amistad.

El lejano reino de Fiestordán es mágico, lleno de gente amable y feliz. Es el lugar más hermoso que se haya visto en la Tierra. Los fértiles y verdes prados siempre están cubiertos con hermosas y exóticas flores de todos los colores. Las casas de techos rojos y patios floridos parecen adornar el lugar. Allí habitan magos, artesanos, constructores y cocineros, quienes se mantienen ocupados embelleciendo el lugar y llenándolo de deliciosos aromas y colores. Hacen fiestas y banquetes todas las semanas. No hace falta tener un motivo para celebrar; simplemente celebran la vida. Los habitantes de Fiestordán son amigos de todos, menos de los gigantes, a quienes tienen prohibido visitar. Es una aventura muy peligrosa.  

Al norte, las blancas montañas de perpetuas nieves, los separan y protegen de la tierra de los gigantes. Un mar de un intenso color turquesa baña la costa Este del reino, mientras que sus verdes linderos sur-occidentales están coloreados por los inmensos árboles y helechos del húmedo bosque encantado. En ese privilegiado y maravilloso reino vive la princesa Fernanda, en el castillo real. Rodeada de magos, hadas, criaturas mágicas… Y también algunas tenebrosas. 

La princesa Fernanda es una niña muy alegre. Es la más joven de la familia real de Fiestordán. Casi todo el tiempo está riendo a carcajadas. Se siente feliz de vivir. Tiene muchos amigos y le encanta estar rodeada de gente. También es un poco atrevida. A veces no les hace caso a sus padres, los Reyes Hércules y Carlota, a quienes más de una vez les causa dolores de cabeza.

Sus padres y su hermana mayor, la princesa Sofía, quieren muchísimo a la princesa Fernanda y también hacen todo lo que pueden para que se mantenga a salvo a pesar de sus travesuras. Siempre que se mete en problemas alguien llega a su rescate. La reina Carlota le dice siempre con mucho cariño: 

―Hija, debes aprender a cuidarte, no siempre podremos estar para sacarte de aprietos ―Fernanda la mira con sus grandes ojos y asiente con la cabeza, pero no dice ni una palabra sobre eso. Piensa que para tener una vida divertida debe ser muy atrevida.

La princesa Fernanda nunca está aburrida. Tiene tres cuartos de juego: el de las muñecas parlantes, el de las hadas mágicas y uno nuevo de monstruos aterradores que les pidió a sus papás. Además tiene un taller de pintura y otro de música. ¡Son maravillosos! Ella invita a sus amigos a jugar en ellos siempre que pueden. ¡Tanta diversión es mejor si puede compartirla!

Su favorito es el cuarto de los monstruos, que ha quedado de verdad tenebroso. A algunos de sus amigos les asusta mucho. No a ella, que por el contrario se ríe con cada gruñido de los monstruos y también con los gritos de miedo de sus amigos. El más gracioso, dice Fernanda, es su amigo Jorge, que todos los días quiere jugar en el cuarto de los monstruos y siempre sale verde de miedo diciendo que nunca más entrará ahí… y al día siguiente ¡Zas! ¡Otra vez para el cuarto de los monstruos!

La princesa Sofía es 10 años mayor que Fernanda. A pesar de que les gustan cosas muy diferentes, son mejores amigas y disfrutan mucho de pasar tiempo juntas. A veces leen cuentos. A Sofía le encanta leer, sobre todo cuentos de caballeros y princesas. Fernanda los escucha con interés, aunque cuando le toca leer a ella, prefiere los de dragones y criaturas mágicas.

Sofía, al igual que sus padres, le dice a su hermana que debe cuidarse. Que sea un poco más cuidadosa con sus juegos. La princesa Fernanda ha sufrido algunos accidentes que considera pequeños, pero que a sus familiares les preocupan mucho. Como por ejemplo, esa vez que quiso limpiarle los dientes al dragón del ejército del reino, que le quemó una trenza completa por accidente. ¡Quedó con el cabello mitad largo y mitad corto! O esa en que volando sobre Plinio, su fiel unicornio, se le ocurrió practicar acrobacias ¡de pie! y terminó con un yeso en el brazo.

Fernanda pasa también mucho tiempo con su unicornio Plinio. Es pequeño como un pony, con largas crines, que se alborotan con el viento cuando está al vuelo. Es de un color tan blanco que brilla ¡tanto en el día como en la noche! Fernanda pasa largas horas del día volando por todo el reino en su unicornio. Le cuenta sus sueños y sus más profundos deseos. ¡Es un fiel amigo! Plinio, por supuesto, solo la escucha porque no puede hablar ―o eso cree Fernanda―. Pero ella sabe que la entiende. Además se siente siempre protegida cuando está con él.

Faltan ya 10 días para su cumpleaños, el Rey Hércules le pregunta a la princesa qué desea como regalo de cumpleaños.

―Deseo ir a la tierra de los gigantes, padre ―responde Fernanda sin titubear.

―Hija, sabes que ese es el único deseo que no puedo complacer ―le contesta el Rey, cariñosamente.

―¡Pero padre, si tú mismo dices que para el Rey no hay imposibles! ―Fernanda alza la voz.

―Hija, se trata de ser cuidadosos. De nosotros y de nuestro pueblo. No hemos tenido buenas experiencias con ellos. Tienen guardianes y trampas para evitar que los nuestros se acerquen a su tierra… No es posible.

―Pero padre, si todo el mundo disfruta estar con nosotros, por qué los gigantes no querrán…

El rey la interrumpe antes de que termine de hablar:

―No puedo ponerte en peligro ni a ti, ni a nuestro pueblo para complacerte. La respuesta es NO y no se habla más del asunto.

Fernanda ha tenido esta conversación con su padre en otras ocasiones. La respuesta ha sido siempre la misma.

Tan testaruda y atrevida como es, Fernanda no se dará por vencida tan fácilmente…

Sofía le ha contado sobre los guardianes de los Gigantes. Uno de ellos es Gargolo, quien vive solo, a las afueras de la tierra de los gigantes. Dicen que a Gargolo no le gustan ni siquiera los otros gigantes y que si atrapa a alguien husmeando por su casa, lo mete en un calabozo y no lo deja salir nunca más. Debe ser un gigante muy gruñón.

El segundo, es un guardia hechicero que lee el pensamiento. Nadie sabe su nombre, ni lo pueden reconocer porque se disfraza y cambia de formas y nombres. Hechiza a quienes se acercan a la tierra de los gigantes y se las arregla para que terminen atrapados en los calabozos de Gargolo.

Todos le han advertido de lo realmente peligroso que es tratar de aproximarse a la tierra de los gigantes. Fernanda, de todas maneras, desea saber cómo son y constatar con sus propios ojos, la verdad de todas aquellas historias.

Esa tarde, mientras hace su paseo diario, piensa: “Para llegar a la tierra de los gigantes, entonces solamente debo cuidarme de no encontrarme con Gargolo ni con el hechicero”. Mira a Plinio. Sus ojos brillan. Le dice: 

―¡Tengo una idea! ¡Si vamos volando alto, muy, alto, por encima de las nubes donde los gigantes no alcanzan, podría pasar por encima de la casa de Gargolo y llegar a la tierra de los gigantes! Seguramente el hechicero tampoco será un problema a esas alturas.

Plinio relincha y la mira con los ojos muy abiertos. Parece asombrado o asustado. Ella no atiende a las protestas de su amigo. Sabe que, como siempre, él la acompañará a donde ella quiera ir. No va a dejarla sola.

―Está hecho Plinio. Nos iremos mañana al amanecer. Así estaremos de vuelta en la tarde y nadie lo notará.

La cena está servida. Fernanda solo come una manzana, toma unos panecillos para llevarlos a su cuarto y le dice a su familia que irá a dormir temprano.

―¿Te vas ya a dormir? ¿Te sientes bien? ―pregunta Sofía sorprendida. Fernanda nunca se acuesta temprano.

―Sí, claro. Sólo que hoy he jugado mucho y estoy un poco cansada.

―Que descanses, hermana ―dice Sofía con un tono desconfiado.

―Buenas noches ―responde Fernanda con una pequeña sonrisa en su rostro, antes de salir corriendo a su habitación a afinar su plan para el día siguiente.

Sofía, que conoce muy bien a su hermana, sabe que algo se trae entre manos. También cena pronto y se dirige rápidamente hacia el establo. 

Sofía es una señorita. Ya tiene 20 años. Está preparándose para algún día ser reina. Es alta, de piel blanca como la nieve, grandes ojos y cabello castaño, igual que Fernanda, pero ella lo lleva suelto, largo hasta la cintura. Solamente adorna su cabeza con una pequeña tiara de brillantes color turquesa, su favorito.

Sofía camina apurada. Respira rápida y agitadamente. “Hace más frío de lo normal”, piensa. Se detiene frente al establo de Plinio y dice en voz alta: 

―Mi querido y fiel Plinio. Esta vez tengo un mal presentimiento sobre lo que trama Fernanda y me temo que no estaré para protegerla. En nombre de todas las aventuras que vivimos juntos, por favor, dime qué planea.

―Ama Sofía. ¡Qué alivio verla llegar! ―¡Plinio habla! y la princesa no se sorprende de escucharlo. 

En efecto, Sofía es la única que sabe que Plinio puede usar el lenguaje de los hombres. Hasta hace diez años, antes de cuidar de Fernanda, Plinio era la mascota protectora de Sofía. Se quieren mucho desde entonces. Así, Plinio le contó a Sofía que no solamente habla, sino que puede adivinar el futuro y así como él, todos los unicornios. Juntos conocieron lugares hermosos y volaron entre nubes. Eran inseparables. Cuando nació la más pequeña de la familia real, Plinio le pidió a Sofía que lo pusiera a cargo de la princesa Fernanda, ya que ella necesitaría mucha protección. Así fue como Sofía, en un acto de amor y generosidad, le cedió su fiel mascota a su adorada y recién nacida hermanita.

Plinio viene de la tierra mágica de los unicornios, de donde vienen todos ellos. Ningún hombre, mujer o mago ha estado antes en esa tierra encantada a la que solo pueden entrar los unicornios. Está llena de cascadas, ríos y flores de todos los colores, y tiene un eterno aroma a dulces y frutos. Cientos de unicornios viven felices en ese lugar, donde siempre es de día y nunca llueve. 

Los unicornios son seres mágicos especiales, ya que son los protectores de la Tierra y de los humanos. Cada uno de ellos al nacer, es asignado y entrenado para una misión. Plinio, en cuanto estuvo preparado, fue llevado por sus padres a la familia real. Los unicornios saben que los reyes Hércules y Carlota serán, por muchos años, sabios y bondadosos reyes, al igual que sus hijas. Debe cuidarlos, para el bien de su pueblo.

―Ama Sofía. Es muy urgente lo que debo decirle. Solo a usted puedo confiar este gran secreto, pero antes debe prometerme que no le dirá nada de esto a la princesa Fernanda ni a nadie. El destino que le aguarda no debe ser modificado.

―Sabes que cuentas con toda mi confianza y discreción. Sabía que había algo extraño en la conducta de Fernanda. Por favor, ¡cuéntame todo! ―pide Sofía con preocupación.

Plinio le cuenta a Sofía el plan de Fernanda. Al terminar de hablar, la mira fijamente con sus azules ojos y le dice de manera muy sabia:

―Esta vez la princesa Fernanda está tomando un gran riesgo a pesar de todas las advertencias de la familia. En esta oportunidad ella deberá asumir completamente las consecuencias de sus actos y no contará con ayuda. De sus decisiones dependerá su futuro.

―Pero Plinio, ¿y si le pasa algo? Tú lees el futuro, ¿qué le va a pasar a mi hermana?

―La princesa Fernanda podrá tomar una decisión que la hará la niña más feliz, o la más infeliz del reino. Si decide cuidarse, lo logrará. Si decide arriesgarse más de la cuenta, me temo que no habrá nada qué hacer.

Plinio está muy triste, pero sabe que en este viaje guarda una gran lección para la princesa, y que en esta oportunidad no hay nada que él pueda hacer. Todo está en manos de la atrevida pequeña.

―Para que la princesa pueda ser una buena reina en el futuro y tomar sabias decisiones, deberá aprender a cuidarse y a escuchar las advertencias de quienes la aman ―sentencia el sabio unicornio.

―Plinio, ¡por favor, por favor! ―Sofía llora, pero debe confiar en la sabiduría de su fiel amigo.

―Los unicornios somos los protectores de los humanos, pero los cuidamos de amenazas reales, no del daño que se causan a sí mismos. Los humanos deben aprender a cuidarse y no meterse en problemas innecesarios. Nosotros los cuidamos en la medida que ellos desean ser protegidos y estar bien.

―Entonces ¿qué harás?

―Llevaré a Fernanda a donde me pida. La acompañaré.

―Confío en ti, querido amigo. Aquí estaré rezando y esperando por ustedes.

Al día siguiente, Fernanda sale de su habitación cuando el sol aún no ha salido. 

Sofía, que no ha dormido en toda la noche, escucha el sonido de la puerta al cerrarse. Se demora unos minutos peleando consigo misma. Sabe que no debe hacerlo, pero no aguanta y sale corriendo al establo a advertir a su hermana.

Ya la princesa Fernanda está montada en su unicornio. Sofía corre con todas sus fuerzas. Grita lo más fuerte que puede al ver que su hermana ya está despegando. 

―¡Fernanda, no vayas, por favor, por favor! ―Fernanda no la ve ni la escucha. Se ha ido volando muy alto, en dirección hacia las montañas nevadas y a la tierra de los gigantes.

La princesa Sofía llora desconsolada y reza por el bienestar de su hermana. Solo le queda el consuelo de la gran confianza que tiene en su unicornio protector.

El aire tan arriba es muy frío y se dificulta respirar. La larga capa color violeta que lleva la princesa, no es suficiente para protegerla del frío. Sus largas trenzas no se mueven locamente por la brisa, sino que están tiesas y congeladas. Casi no puede mover sus manos, que están ya moradas. 

Con mucha dificultad, habla: 

―De-de-debemos b-bajar un p-poco, Plinio. ¡N-n-nos est-t-tamos c-c-c-congelando! ―dice Fernanda, tiritando del frío.

Plinio baja inmediatamente a una altura un poco más cálida. Piensa: «Debemos estar cerca de la casa de Gargolo. Esto no es bueno».

La altura a la que bajan es un poco peligrosa, ya que pueden ser fácilmente alcanzados por los gigantes. Fernanda lo sabe, pero más alto se van a congelar. No contó con eso al hacer su plan. De todas maneras decide proseguir.

Plinio está muy preocupado, pero sigue las instrucciones de su ama.

De repente ven algo en el cielo que se acerca a toda velocidad. 

―¡CUIDADO PLINIOOOO! ―grita Fernanda.

El unicornio da vueltas. Sube y baja en zigzag. Derecha, izquierda. Fernanda se abraza al cuello de su fiel amigo y cierra los ojos. El águila gigante es implacable. No desiste. Quiere llevarse a Fernanda. Se lanza rápidamente hacia ellos. Agarra la punta de la larga capa, que se rasga con sus inmensas y afiladas uñas. Falla. Enseguida el ave vuelve a embestir. En esta oportunidad alcanza a sujetar a Fernanda por la espalda. Fernanda se separa de Plinio en el aire. Hace lo posible por mantener sus brazos asidos al cuello del unicornio. Usa toda la fuerza que puede.

―¡AYÚDAME PLINIO! ―han hecho todo lo posible para evitar que esa inmensa águila que dobla en tamaño al unicornio, se lleve a la princesa.

Plinio lucha, patea, relincha. De repente un rayo rojo que sale de los brillantes y tenebrosos ojos de su atacante, lo ciega. En ese momento el unicornio sabe que no es un águila cualquiera. ¡Es el Hechicero! Plinio no puede mover más sus alas y no termina de dar el certero movimiento que los puede llevar lejos del ave rapaz. Por eso, termina perdiendo completamente el equilibrio y gira sobre sí mismo varias veces, cayendo al vacío. 

Fernanda presencia el terrible accidente mientras que el águila la lleva entre sus garras a un lugar desconocido. En ese momento pierde el conocimiento.

Al abrir los ojos, Fernanda se encuentra en un lugar de altísimas paredes oscuras y una gran puerta de metal. No hay ventanas. El sitio es muy oscuro. Solo una gran antorcha a lo alto de una de las paredes ilumina pobremente la celda. «Debe ser un calabozo para gigantes», piensa. No hay ningún mueble y hace frío. Se arropa como puede con lo que queda de su capa, rasgada por las garras del águila.

No sabe cuánto tiempo ha pasado. Sabe que ha perdido a su amigo Plinio y que está completamente sola, ¡por primera vez en su vida!

Se siente culpable por lo que le ha pasado a su amigo y por estar en esa celda. ¡No sabe qué hacer!

La puerta se abre apenas un poco. Ella se levanta y quiere correr para escapar. Se da cuenta de que algo sujeta uno de sus pies. Está atada a un grillete.

Espera asustada y ve la sombra de alguien pequeño, como un duende. Es más pequeño que ella. Lleva un plato entre sus manos. Tiene los ojos rojos y brillantes. Fernanda piensa que se parecen un poco a los ojos del águila malvada que la había atrapado. Tiene miedo.

El duende se acerca a Fernanda. Sonríe y habla en verso:

«Hermosa y atrevida princesa. 

Te gusta la aventura y la emoción. 

Traigo mágicos dulces para su alteza. 

Toma uno y tendrás acción por montón».

―¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy amarrada? ¿Dónde está mi unicornio?

«Calmada, princesa afortunada. 

Todas tus preguntas responderé, una a una a la vez. 

Amigo quiero ser, no tenéis qué temer. 

Con estos dulces sentirás renacer».

La princesa no confía en ese duende. Si quiere ser su amigo, ¿por qué la tiene encerrada y amarrada en un frío calabozo? Ahora que está sola y en peligro, sabe que tiene la responsabilidad de discernir sin ayuda entre el bien y el mal. 

Por primera vez entiende que todo lo que su familia le ha dicho ha sido por su bien. Que siempre han querido protegerla. ¡Si tan sólo hubiese entendido eso antes! Ahora debe salir sola de ese gran aprieto. Le parece escuchar a su hermana: 

«No aceptes esos dulces. Cuídate hermana»

―¡Contéstame! ¡Ahora! ―grita la princesa― ¡No quiero tus dulces!

El pequeño duende frunce el ceño lentamente. Sus ojos brillan más. La mira fijamente. Fernanda siente que no puede dejar de mirarlo aunque es lo que más desea. ¡El duende empieza a cambiar de forma! Su boca se convierte en un pico, salen blancas plumas en su piel. «¡El águila!», piensa Fernanda. En unos segundos más, las plumas desaparecen. El pequeño cuerpo crece y crece. Sus manos son tan grandes ahora que con una sola, seguramente podría alzarla por la cintura. Los ojos siguen siendo los mismos, brillantes y tenebrosos, pero más grandes. Ahora es un gigante. «¡Gargolo! ¡El Hechicero!». Fernanda se da cuenta de que el gigante ermitaño, el hechicero, el águila y el duende son la misma persona. «¿En dónde me he metido?», se recrimina la princesa.

El gigante se queda sentado en una esquina de la celda. No habla, pero solamente con una mirada, le hace saber a Fernanda que no debe moverse. La princesa decide mantener la calma, observarlo en silencio y esperar la primera oportunidad para escapar. Si es que puede…

El hechicero aún no decide qué hará con la princesa. Por un lado, quiere dejarla prisionera para siempre, pero también sabe que por ella, el Rey hará lo que le pida. ¡Para el Rey no hay imposibles!

De repente habla, nuevamente en verso, ahora con una profunda y ronca voz, mientras sonríe rozando una palma de su mano contra la otra: 

“¿Qué maravilla exigiré?

¿Toda existente exquisitez?

¿Poder y brillantez?

¿El título de Caballero Cortés?

¿O… La dejaré como mi prisionera hasta mi vejez?“

Al rato, el gigante se queda dormido y comienza a roncar muy fuerte. Fernanda se da cuenta de que sus cadenas le permiten llegar hasta donde está la cabeza del gigante. Ve el plato con los dulces que ha dejado a sus pies. “¡Para nada bueno serán!”, reflexiona. Piensa también que si se los da uno por uno, el gigante-hechicero será víctima del mal que él mismo desea hacerle a ella. Quizás esos dulces serán, a fin de cuentas, su salvación. Ella no sabe qué le causarán al hechicero, pero es su única oportunidad de escapar y lo intentará.

Toma los dulces y se estira todo lo que pudo hasta llegar a la boca del gigante. ¡Su aliento apesta! Fernanda tiene que hacer uso de todas sus fuerzas para no ser empujada por sus estruendosos ronquidos. Contiene la respiración, metiendo con dificultad, uno a uno los tres dulces en su enorme boca. Son ahora bastante pequeños para su tamaño, pero espera que funcionen. El gigante dormido se relame. Uno de los tres dulces es expulsado por uno de los ronquidos del malvado durmiente. Fernanda puede atajarlo en el aire y vuelve a metérselo a la boca. El gigante se relame nuevamente, pero esta vez sí se traga los dulces. Fernanda regresa a su lugar, empujada por un último ronquido. Espera. Aprieta duro sus manos y sus dientes, anticipando lo que pasará.

No sucede nada por un rato. Fernanda piensa en lo que ha hecho. “¿No le harían nada esos dulces al hechicero? ¿Él se dará cuenta de lo que hizo y tomará venganza? ¿Podré escapar?”. Al final, vuelve a pensar, que es la única cosa que podía hacer. Debe actuar o quién sabe qué será de su futuro.

Al rato el gigante abre los ojos. Ya no muestra la macabra sonrisa de hace rato. Sus ojos tampoco brillan pero están muy abiertos. Mira fijamente a Fernanda, no dice nada. Ella no sabe qué está pasando, pero decide hablar: 

―¡Suelta mis amarras, Hechicero! 

El gigante se acerca. Trata de agarrar la llave que abre el grillete con sus torpes y grandes dedos, pero son demasiado grandes. No puede soltarla. Fernanda dice:

―¡Vuelve a convertirte en duende! 

Inmediatamente el gigante se transforma de nuevo en duende. Sus ojos siguen sin brillar.

―¡Ahora abre el grillete y sácame de esta celda!

La princesa ha entendido que los dulces sí han hecho efecto y que el hechicero está encantado. Hace todo lo que ella le pide.

Fernanda piensa en Plinio.

―¡Llévame a donde está mi unicornio!

Salen de la celda y toman un camino hacia el bosque de los gigantes.

Ve a lo lejos una brillante luz blanca. ¡Tiene que ser su unicornio! 

―¡Quédate aquí! ―le ordena al hechizado hechicero. 

Las copas de los árboles amortiguaron la caída de Plinio y ha logrado salvarse aunque aún está algo aturdido. Solo ha tenido tiempo de despertar y darse cuenta de que no está herido.

Fernanda empieza a correr tan rápido como puede en dirección hacia la brillante luz. Teme mirar hacia atrás, pensando que el hechicero volverá en sí en cualquier momento. Respira agitadamente. El camino hacia Plinio se le hacía más largo de lo que había apreciado. Cae estrepitosamente cuando una rama de una planta carnívora atrapa su pie. Fernanda grita con todas sus fuerzas:

―¡PLINIO, AYÚDAMEEEEE! 

La planta va acercando a Fernanda cada vez más a sus fauces.

El unicornio reconoce la voz de Fernanda. Inmediatamente intenta ponerse de pie. Trastabilla un poco pero se para haciendo uso de todas sus fuerzas. Ha podido volar y llegar a donde está la princesa. El pie de Fernanda se acerca más y más a esa apestosa boca dentada. El Unicornio muerde con fuerza la rama que la sujeta. Se escucha un gruñido. La planta la suelta por fin.

―¡Plinio, mi fiel amigo! ¡Estás vivo! ―Plinio se emociona al recibir el abrazo de Fernanda. ¡Está viva y está bien!

―¡Vámonos de aquí Plinio! ¡Vámonos a casa!

De repente un rayo pasa rozando la cabeza de Plinio y enciende fuego en la maleza. Es el hechicero, que parece haber recuperado su conciencia. 

―¡Plinio, vámonos! ¡Vuela rápido! ¡Vamos!

Fernanda se sube rápidamente al unicornio. Emprenden vuelo, esquivando los rayos mágicos que cada vez pasan más cerca de ellos. Plinio toma altura muy rápidamente, hasta que pasan por encima de las nubes y alcanzan a ver las estrellas.

Esta vez Fernanda no siente frío. Plinio vuela más rápido que nunca. Tanto, que solo se ve a lo lejos un rayo de luz blanco que surca el cielo.

Ya es de noche cuando Fernanda y Plinio llegan al castillo real. Ella ve todo más hermoso que antes de irse. Extraña a su hermana, a sus padres y a sus amigos. 

Se da cuenta de lo afortunada que es. De que lo que hace emocionante su vida es la presencia de tantas personas queridas. Ya nunca más necesitará ir a buscar aventuras prohibidas.

Al entrar a Palacio, su hermana Sofía corre a su encuentro.

―¡Fernanda, hermana! ¡Estaba tan preocupada por ti! ¡No te atraparon Gargolo ni el hechicero! ¡Qué felicidad verte tan bien! ¿Qué te pasó? ¿Por qué tus ropas están rasgadas y sucias?

―Pues resulta que Gargolo y el hechicero son la misma perso… ¡Un momento! ¿Cómo sabes dónde estaba?

―Hermana, no importa cómo lo sé. Lo importante es que estás bien ―Sofía le hace un guiño de complicidad a Plinio.

―Es verdad, Sofía. ¡Te amo hermana! Discúlpame por hacerlos preocuparse por mí. De hoy en adelante seré más cuidadosa de mí y de los demás. Pensé por un momento que había perdido a Plinio por mis locuras.

Fernanda le cuenta todo a Sofía. Y luego también a sus padres. La Reina Carlota le dice a Fernanda: 

―Has aprendido la lección, hija. Supiste sabiamente reconocer al hechicero y no aceptar sus dulces. ¡Aprendiste a cuidarte por ti misma!

El Rey Hércules sabe ahora defender mejor a su pueblo del malvado hechicero, que, como Fernanda le ha contado, puede ser reconocido por sus brillantes ojos y su particular forma de hablar. Sospecha también que los gigantes no son enemigos, ya que Gargolo no es un gigante en realidad. Así, el Rey Hércules se atreve a hacer una expedición junto con sus valientes jinetes para llegar a la tierra de los gigantes. En ese lugar se entera de que el hechicero tampoco permitía a los gigantes contactar a ningún habitante de Fiestordán. Ambos pueblos se hacen amigos, y juntos, destierran al hechicero para que no los moleste nunca más.

Fernanda finalmente conoce, no a uno, sino a muchos amables gigantes. Sigue siendo una niña feliz que disfruta la aventura. Ahora juega con más cuidado y todos sus días son felices y emocionantes, porque sabe que la mayor diversión está en la compañía de sus seres queridos.

FIN