Lucía y el espejo

Cuento infantil (8+)

Escrito por: Paula Sicard

Valores: Amor hacia sí mismo, valorar a los demás, aceptación, liderazgo, felicidad.

En el viejo monasterio de una pequeña y siempre florida villa del Reino de Los Templarios, vive una feliz joven llamada Lucía. Dicen que esta villa es la más hermosa del reino y la gente, la más feliz.

¡El monasterio donde Lucía vive es INMENSO! Se ha convertido en el centro de reuniones de los habitantes de la villa. Todos los días acude gente para estudiar, leer, jugar y hasta a recuperarse de sus enfermedades. Tiene 346 habitaciones pero en él sólo habitan Lucía, Dora, su inseparable nana y Don Simeón, el padre de Lucía, que también es el sanador, sabio y mago de la villa. No hay empleados ni nadie más que ayude en ese lugar. Hay, en cambio, una magia especial que mantiene todas sus habitaciones y salones siempre impecables y la comida fresca y preparada.

¡Se me olvidaba! También hay un espejo. Personaje muy importante en esta historia. Ya sabrás por qué. Claro, no es cualquier espejo. Tiene una magia muy especial, de la cual ni siquiera él mismo sabe.

Lucía es hermosa. ¡Realmente muy hermosa! Muchos de los chicos de la villa sueñan con casarse con ella algún día. Algunos no se atreven a decirlo, pero no son pocos los que esperan con ansias invitarla a bailar en las fiestas de la villa. Ella no piensa en eso. Para ella otras cosas son mucho más importantes. Disfruta de la compañía de sus muchos amigos y tiene siempre tantas cosas en mente para hacer.

Lucía tiene también el don de la magia. Aunque no sabe muy bien cómo usarla, está confiada en que siempre, en el momento en que más la necesite, su magia funcionará.

Una de las cosas que más disfruta es leer y comentar sus lecturas con su amigo el espejo. Hablan largas horas. A veces discuten porque tienen opiniones diferentes, pero siempre se respetan. Dice Lucía que esas discusiones hacen más interesante la conversación.

El espejo, por su parte, está muy complacido de su amistad con ella y atesora con cuidado todos los recuerdos de sus conversaciones. Pocas personas se acercan a él con un interés diferente al de mirarse a sí mismos y encontrar una imagen complaciente. Sólo a Lucía se atreve él, hablar de sus propias opiniones y a veces, a contradecirla. ¡Eso no es propio de un espejo! Claro que él lo hace porque a ella le gusta.

El espejo se pregunta si alguna vez Lucía ha llegado a fijarse siquiera por un momento en su belleza reflejada en él. Él la admira y se emociona cada vez que la ve.

Una tarde, Don Simeón le extiende una especial invitación a Lucía: Cenarán en el comedor real del monasterio, solo ellos dos. Ella se prepara, como siempre que acuden a esa sala, con su más elegante vestido. Lucía adora estos momentos con su papá, quien guarda secretos muy importantes que se convierten en un reto para ella descubrir y la hacen admirarlo cada vez más.

Llegada la hora de la cena, se encuentran en el comedor, Lucía y su adorado padre. Él hace algunos de los trucos de magia favoritos de Lucía y pasan un rato inolvidable. Ya cuando están en el postre, Don Simeón dice sonriente:

―Hija, debo darte una noticia muy importante: Pronto, todo estará dispuesto; habrá llegado mi hora de partir al «Mundo de los Recordados» ―en el reino, cuando llega la hora, las personas se preparan para despedirse y pasar al Mundo de los Recordados. Hacen una fiesta de despedida y se van en una carroza mágica.

Lucía no se lo esperaba. Le cuesta sonreír, aunque es una buena noticia, claro está. Su padre se reunirá nuevamente con su madre, quien lo espera desde hace tanto tiempo.

―Son muchas las obligaciones que deberás cumplir con nuestra gente, ahora que seas la sanadora, en mi lugar ―continúa diciendo Don Simeón. Lucía se está preparando desde muy pequeña para sustituir a su padre en el futuro.

―Pero ―don Simeón continúa hablando―, hay algo muy, muy importante, sobre todas las cosas. Esta es la única instrucción que deseo dejarte: debes encontrar la respuesta a una pregunta. Cuando la encuentres, estoy seguro de que estarás lista para guiar a nuestra gente.

Este será el acertijo más importante que Lucía deberá adivinar en su vida:

―¿Sabes, hija, cuál es la razón por la cual este monasterio se mantiene siempre tan acogedor y lleno de amor? ―pregunta Don Simeón.

―Mmmmmm. ¿Porque nos amamos mucho quienes vivimos en él? ―responde Lucía.

―Esa es una consecuencia también, hija ―dice Don Simeón―. No necesitas responder inmediatamente. Piénsalo y cuando sepas la respuesta, estarás lista.

Lucía se siente muy ansiosa frente a esta nueva “tarea”. Definitivamente es un gran reto. Al parecer, el futuro de toda gente de la villa depende de esa respuesta que ella, por el momento, no tiene ni pistas de cómo encontrar.

Don Simeón cambia el tema, hace algunas bromas y Lucía empieza a relajarse y reír sin parar. Decide dejar la respuesta a la pregunta para después y disfrutar este maravilloso momento con su padre. Lucía dice:

―Encontraré esa respuesta, padre. Tú me has preparado muy bien para esto. Podrás partir tranquilo. ¡Te extrañaré tanto!

Ese es el abrazo más largo que Lucía nunca antes le haya dado a su padre.

La cena termina tarde en la noche, con amenas conversaciones. Los dos cantan y rien. Celebran ese hermoso momento, que saben, no se repetirá hasta dentro de muuuuchos años más, en el momento de su reencuentro en el Mundo de los Recordados.

Al día siguiente, Lucía pone manos a la obra y se enfoca en encontrar la respuesta a esa pregunta. Por supuesto, la comparte con su amigo el espejo, quien se ofrece a ayudarla, aunque tampoco tiene idea de cómo encontrar la respuesta.

Lucía va con su padre a cada momento con una nueva idea: 

―¿Los muebles tienen vida? 

―No ―responde él divertido.

―¿Hay seres invisibles que cuidan nuestro monasterio?

―Nop.

―¿Tu cetro es mágico y eres quien cuida del lugar?

―Tampoco.

―¿Dora es una hechicera y lo han mantenido en secreto? 

―¿Queeeé?

―¡Es el espejo! ¡Él es nuestro protector!

―Nos protege, sin duda, pero tampoco es la respuesta.

―Papá, ¿puedes darme una pista?

―Las respuestas más profundas se encuentran en la simpleza de lo cotidiano.

“¿Buscar lo profundo en la simpleza de lo cotidiano?”. Los días pasan, Lucía no sabe cuánto tiempo más le queda a su padre ―eso nunca se puede saber con certeza―. Ella quiere poder darle la respuesta antes de que parta y siente urgencia por lograrlo. 

Realmente, piensa, es un misterio cómo el monasterio siempre es un lugar acogedor, cálido, iluminado y pulcro, sin que haya alguien que se dedique a su mantenimiento y limpieza. Sus habitaciones tienen siempre un suave aroma a campo florido en primavera.

Lucía está convencida de que hay una fuente de donde se desprende toda esa magia y ese amor. Sólo debe encontrarla. Decide iniciar un meticuloso examen en cada habitación y rincón del monasterio. 

No es tarea sencilla ir sala por sala en un monasterio de 346 habitaciones, más los cuatro comedores, tres cocinas, una inmensa biblioteca, ocho salas de reuniones y tres de baile, sin contar los innumerables laberintos de corredores y pasillos y los extensos jardines, donde de niña se perdía por horas jugando a las escondidas con sus padres. Esta interrogante la intriga cada vez más.

Camina todo el día y parte de la noche con una lupa, escudriñando cada rincón. Toma nota en una libreta de todo lo que ve y se le ocurre. En esta búsqueda, descubre cosas que había pasado desapercibidas, como un hermoso escritorio mágico cuyas gavetas están siempre llenas de papeles y colores para quien desee hacer los más hermosos dibujos. Cuenta los libros de la biblioteca: 634.893 exactamente. Ventana por ventana, las abre y se da cuenta de que ni la más fuerte y helada brisa del exterior, enfría los tibios y acogedores espacios del monasterio.  

Busca y busca por días y semanas, le pregunta a Dora, a su amigo el espejo. Los tres se unen en la búsqueda de respuestas. Intercambian pistas, ideas. Algunas son tan alocadas que los hacen reír a carcajadas.

Una tarde, muy cansada y con la espalda adolorida de ir agachada por los rincones, Lucía se sienta a tomar un té con su amigo el espejo. Los dos hacen un largo silencio. Solo se acompañan el uno al otro. 

Mientras Lucía mira su rostro reflejado en su fiel amigo espejo, dice: 

―“Buscar en la simpleza de lo cotidiano”. Esto me ha dicho mi padre y aún no paro de buscar. 

El espejo, de súbito, grita con sorpresa: 

―¿QUÉ ES ESTO? ―Lucía no entiende. Él ríe y grita:

― ¿NO LO VES? ¡MIRA TU REFLEJO!

Ella sigue sin comprender. Llama a Dora para que la ayude. Dora está tan intrigada como Lucía. 

―Estamos muy cansadas para adivinar, espejo. ¿Cuál es el misterio? ―pregunta Lucía con tono desesperado.

―¡EXACTAMENTE! ¡ESTÁN MUY CANSADAS!. ¿Han visto su reflejo? ¿Se ven  cansadas en él? ―dice el espejo.

Lucía y Dora se miran con detenimiento. Los ojos de Lucía se van abriendo en un gesto de sorpresa.

―Me veo peinada y limpia… P-pe-pero si mi vestido está sucio de polvo, ¿cómo puede verse tan limpio y planchado? ¡Dora, nos vemos como arregladas para una fiesta! ¿Cómo puede ser eso si veo mis manos y están llenas de polvo y hollín?

Los tres están tan sorprendidos. 

―“Esto tiene que ser magia” ―dice Dora una y otra vez

―“¿Cómo puede ser posible?” ―pregunta el espejo. 

―“¡Me encanta mi reflejo, limpio y sonriente!” ―comenta Lucía. 

Hacen pruebas: Lucía se despeina aún más. Hace marcas de pintura en su cara. Pero el reflejo siempre devuelve una imagen hermosa y sonriente. Las marcas de la cara se ven armoniosas y delicadas, el cabello bien peinado en diferentes estilos. No importa cuánto se “desarregla”, el espejo devuelve una imagen armoniosa.  Juegan y se ríen con sus reflejos. Lucía dice: 

―Debo hablar con mi padre. Este misterio debe tener relación con su pregunta, estoy segura. 

Lucía, con el cabello desarreglado y su cara pintada, corre hacia el despacho de su padre, donde se lleva una inesperada sorpresa. Un invitado lo acompaña. Es un joven muy guapo. Lleva una corona dorada en su cabeza y viste un elegante traje azul. Don Simeón, sin prestar atención al inusual aspecto de Lucía, se apresura a presentarlos:

―Hija, qué bueno que has llegado. Iba a llamarte para presentarte al príncipe del reino. Ha sabido de la noticia de mi pronta partida y ha venido a ofrecer su apoyo. 

―Es un honor conocerla, Lucía. Vengo en nombre de mis padres, los reyes, y en el mío propio. Deseaba profundamente conocerla. Su belleza es comentada en todo el reino, pero me temo que se han quedado cortos ―dice el príncipe sonriente mientras hace una reverencia.

―Mucho gusto ―contesta Lucía tímidamente. Se pregunta si el príncipe está burlándose, dado su aspecto. Siente cómo sus mejillas inevitablemente se sonrojan y un calor incontrolable sube súbitamente desde su estómago hasta su cabeza. De manera apresurada, como intentando escapar de esa incómoda situación, completa: 

―Lamento interrumpir. Hay algo que necesito hablar urgente contigo, padre.

―Hablemos de eso después de la cena, hija. He invitado al príncipe para que nos acompañe durante la comida, espero no tengas planes previos.

Lucía tiene una gran urgencia de hablar con su padre, pero entiende que debe esperar a que el príncipe se retire. Además, está realmente intrigada por esta inesperada visita. Los reyes y su padre se habían distanciado desde antes de que Lucía naciera. Desea conocer qué les ha hecho cambiar de opinión. 

―Con mucho gusto los acompañaré. Por favor, excúsenme que entonces debo arreglarme para la ocasión. 

Lucía sale de la sala sintiéndose muy incómoda, como hace mucho tiempo no se sentía. No sabe realmente por qué, pero tiene un plan para averiguarlo. Corre de nuevo con Dora y el espejo. Dce: 

―Tendremos que esperar para resolver el misterio de nuestros reflejos. Papá tiene un invitado especial y se me ha ocurrido una idea. Espejo, necesito que nos acompañes en el comedor real esta noche.  

Sin más, Lucía cambia al espejo de salón, que ahora queda mirando de frente hacia el puesto del invitado de honor en el comedor real. Le pide a Dora que la ayude a arreglarse para estar lista a tiempo. El espejo y Dora hacen lo que Lucía pide sin preguntar, aunque están muy intrigados.   

Lucía espera en el comedor real a la hora de la cena. Todo está dispuesto. Don Simeón se extraña de ver a espejo ahí, pero no dice nada. Lucía los recibe, ahora muy bien arreglada para la ocasión. 

―Me he tomado la libertad de arreglar la sala especialmente para nuestro honorable invitado ―invita con amabilidad al príncipe, señalando el puesto de los invitados de honor. 

El príncipe no puede ocultar la cara de terror cuando ve su reflejo en el espejo, que está justamente frente a él. Lucía lo nota, pero desde donde está no puede ver la imagen del príncipe. Su plan parece estar funcionando. Tiene que encontrar una excusa para cambiarse de lugar y mirar de frente al espejo. El príncipe trata de disimular pero empieza a tartamudear y a mirar cada vez más fijamente su reflejo en el espejo. 

No hace falta que Lucía buque una excusa, simplemente ha tenido que correr para evitar una desgracia: El príncipe ha corrido hacia el espejo, ha tomado un jarrón y ha empezado a gritar aterrorizado amenazando con romper el espejo: 

―¿QUÉ CLASE DE MAGIA NEGRA TIENEN EN ESTA SALA? ¿QUIÉN ES ESE OGRO EN EL ESPEJO? SU MAGIA NEGRA NO ME AFECTARÁ. RAZÓN TENÍA MI PADRE EN ENVIARME A TOMAR ESTE MONASTERIO. ¡LO HARÉ ASÍ SEA POR LA FUERZA! 

Don Simeón y Lucía deben actuar para frenar al príncipe. Lucía le quita el jarrón de las manos. Don Simeón le dice con seriedad: 

―Ese ogro que ves, eres tú. Ahora que has sido descubierto, no podrás hacer daño al monasterio ni a nuestra gente ―luego voltea hacia Lucía:― Hija, has descubierto el secreto y has salvado nuestra villa. Podré marcharme en paz.

Lucía responde: 

―Tengo muchas preguntas aún, padre. Pero descubrí que lo que se refleja en espejo es nuestro verdadero ser. Tuve una extraña sensación cuando conocí al príncipe y de repente, supe qué hacer.

El príncipe está aturdido. Poco entiende de la conversación. No puede apartar la mirada de su reflejo en el espejo, que contempla con terror. Repite llorando: 

―¡Ese no soy yo. No soy yo! 

Don Simeón responde con solemnidad: 

―Exactamente, es así como te ves a tí mismo. El espejo muestra lo que sientes por tí mismo y por los demás. Si es amor, verás un reflejo hermoso. Si hay odio o dolor en tu corazón, eso es lo que mirarás. Ese es el secreto de nuestro monasterio y de nuestra villa: siempre que haya amor en los corazones de quienes lo habitan, el monasterio permanecerá hermoso y será un lugar acogedor. Tú como la sanadora de esta villa, querida hija, deberás ver el amor que hay en todos, y si no lo encuentras, puedes ayudar a despertarlo. Ese es el secreto del verdadero guía: Amar a los demás por quienes son y enseñarles a amar lo que son. Lograr que los demás se sientan bien consigo mismos. 

―Padre ―replica Lucía―, el príncipe es también un líder, pero se ve como un ogro. 

―Príncipe: tienes un gran trabajo por delante. Debes empezar por tí mismo. Lo que ves es el odio en tu corazón. Una persona llena de odio no es un verdadero líder. Jamás podrá guiar a su pueblo correctamente hacia la prosperidad. 

El príncipe sigue asustado pero comienza a entender. 

―Debo irme, replica. Se levanta y sale del monasterio.

―¿Qué pasará con el príncipe? ―pregunta Lucía.

―Él tomará sus propias decisiones ―responde Don Simeón.

Un sonido angelical llena la sala, que se ilumina al instante. 

―Es hora de partir, hija. Esta vez harán la fiesta después de mi partida ―dice Don Simeón con una dulce sonrisa.

Lucía abraza a su padre lo más fuerte que puede. Sus lágrimas silenciosas recorren su rostro. 

―Nos veremos en el mundo de los recordados. Vivirás una plena y larga vida y serás una excelente sanadora ―son las palabras de Don Simeón antes de desaparecer.

―Te amo, padre.  

Esa semana todos se reúnen en el monasterio. Hacen un banquete en honor a Don Simeón. Lucía es proclamada “Sanadora de la Villa” y todos celebran. Ella mira el futuro con alegría, porque sabe que cuenta con la compañía y amistad de sus adorados Espejo y Dora. El amor y enseñanzas de sus padres la acompañarán siempre y ella tendrá la oportunidad de compartirlos con todos.

Unos años más tarde, el príncipe hace una nueva visita a la villa. Pide ir al espejo apenas entra. 

―Estimada Lucía, vine cuando estuve listo. Mucho debí hacer para sanar, aprender a amar de nuevo, y mostrar este camino a mis padres, los reyes. Esta vez puedo venir a ofrecerle mi sincera amistad y agradecimiento por aquel día en que usted y su padre me enseñaron el ogro en quien me había convertido. También vengo a preguntarle si acepta ayudarnos como sanadora oficial de todo el reino.

Un guapo joven se refleja esta vez en el espejo. Lucía le da la bienvenida al príncipe. Ese fue el comienzo de una sincera y hermosa amistad y del florecimiento de un reino aún más próspero y feliz.

FIN.

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